08 mayo 2004

Vivo

Un

solo

casco.



Salir con un solo casco en la moto es toda una declaración de intenciones. Nadie te va a privar de tu paseo.

Disfrutas del trayecto de extraradio. En esos instantes sales de un concierto y has quedado con tus amigos en el centro. Son las 2 de la mañana y circulas por una carretera sinuosa jugando con el acelerador.

Comienzas a intuir que tu atajo se ha vuelto en contra tuya (los famosos contraatajos) y decides abandonar esa carretera secundaria cuanto antes, en busca de una autovia que te lleve a la ciudad.

La noche es oscura y, aprovechando una recta, pones las largas.

Nada más hacerlo, divisas un socavón de unos quince o veinte centimetros de profundidad. Aún queda lejos, pero tu vas muy rápido. Demasiado.

Clavas ambos frenos, y comienzas a oir como chirría la rueda trasera, protestando por el abuso. A pocos metros del socavón, la delantera también grita.

Cuando llegas al bache aún llevas demasiada velocidad.

Percibes perfectamente como la horquilla de la suspensión delantera hace tope con un sonoro ruido metálico. Nunca lo habías oido. De pronto, durante unos instantes que se te hacen eternos, sientes la sensación de ingravidez típica de tener ambas ruedas separadas del asfalto. Décimas despues (aunque para tí han sido minutos) las ruedas vuelven a tocar el suelo, rebotando dos o tres veces.

Frenas fuertemente, curzando la moto. Te quedas parado, exhausto, respirado fuertemente, en medio de una una carretera secundaria, con la única compañía del ralentí del motor. Sabes perfectamente que podrías haber salido volando con un resultado mucho peor. A lo lejos oyes el ruido ramizado de los coches de la autovia.

Ya sabes por donde ir. Pero te esperas. La excitación te ha hecho inundar de vaho la visera del casco, y esperas a que este se evapore.

¿Que le pasa a uno por la cabeza en ese momento? Nada.

¿Cómo se siente uno en ese momento? Vivo. Se siente uno vivo.

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