10 mayo 2004
Juguetes
De tanto desearlo, un día el niño consiguió hacerse invisible.
Al caer la tarde corrió a la tienda de juguetes, riendo de puro contento al no verse reflejado en los escaparates.
Se coló con sigilo poco antes de cerrar, y se pegó al mostrador de los peluches para evitar que ni el dueño ni los últimos clientes tropezaran con él. Notaba como el corazón le latía con fuerza ante las perspectiva de cumplir su sueño.
El dueño apagó las luces y cerró la persiana. Penumbra total.
Y el niño invisible se dió cuenta de que no podía jugar a nada a oscuras. Sólo podía tropezar con cajas y estantes.
Así que se sentó y se quedó mirando donde deberían estar sus pies. Unos pies que no vería aunque estuviera a pleno sol.
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