26 marzo 2009

Ni el vino

El agua hoy no es sólo el agua, ni el vino es sólo el vino. Todo depende del momento, de las prisas, de la compañía y hasta del cristal de la copa.
Leí hace tiempo que un señor perdió el sentido del olfato por una herida de guerra y no se dió cuenta hasta varios años después. Años en los que supongo que asumió que las cosas ya no olían como antes y sencillamente se acostumbró.
La situación inversa es imposible: no puedes dejar de darte cuenta de que todo está ganando algún matiz distinto cada día, haciéndose más cercano y completo. Y aunque pudieras, es mejor respirar lento y contemplarlo todo, registrando esos cientos de minúsculos descubrimientos mientras esperas que ese leve y apacible estado de continua emergencia tarde mucho tiempo en evaporarse.

24 marzo 2009

Algo debió salir bien

Una Gran Corporación invirtió tres años y varios millones de euros en el desarrollo de la Máquina para No Preocuparse Demasiado por las Cosas.
Desgraciadamente, algo salió debió salir bien durante las pruebas del primer prototipo y nadie volvió a darle vueltas al asunto.
Poco después la empresa quebró y las oficinas fueron clausuradas, pero muchos días, al caer la tarde, muchos nos acercamos a pasear por allí y nos sentamos con la espalda apoyada en la verja. No sabemos muy bien porqué lo hacemos, pero eso tampoco nos preocupa demasiado.

17 marzo 2009

La marca

Tuve un coche viejo y verde. No era flamante ni espectacular pero era más mío que de los demás.
Un día, apareció en el parabrisas una marca a la altura de mis ojos, un diminuto punto negro. Cuando me sentaba a conducir, la marca estaba justo en la dirección en la que miraban mis ojos.
Intenté sacarla con todo tipo de productos abrasivos y de limpieza, pero frotara por donde frotara siempre daba la sensación de que estaba en el lado opuesto del cristal.

Así que un día me dí por vencido y me propuse hacerme amigo de ella. Comencé a conducir siguiendo en la dirección en la marca me señalaba, y me sorprendió descubrir que el camino indicado no era siempre una línea recta.
La marca y yo compartimos muchas cosas: me llevó a playas y también a desiertos, me descubrió atajos polvorientos e imprevisibles, me rescató de noches terminales y me regaló siestas perezosas en los más soleados y recónditos merenderos.

Un día, sin embargo, pensé que era el momento de madurar. Así que lavé el coche, me compré unos pantalones sin los camales deshilachados, y empecé a ignorar la dirección en la que la marca señalaba, dirigiendo mi camino a las carreteras más convenientes y pavimentadas.

Una mañana descubrí que la marca había desaparecido. Al poco tuve un accidente del cual mi coche verde salió tan mal parado que tuve que desguazarlo.

11 marzo 2009

Medicina moderna

Llevo estos días aquejado de una alergia, un virus o un yoquesé que me provoca a mi nariz un constante afán de verter todo mi ser a través de ella (Sé que la srta. Ana, mi profe de lengua de EGB, estaría orgullosa de este eufemismo)
El caso es que contenía ese leve goteo con pañuelos de papel, pero uso tantos que ahora mismo me rodea una montaña de ellos, me llegan hasta la rodilla, y me preocupa que venga alguien fumando y se incendie la pira y acabe esto como el rosario de la aurora. Se me ocurre que nunca he sabido qué significa eso del rosario de la aurora, pero lo acabo de mirar en google, y como en casi todo lo demás, se proponen distintas interpretaciones que aquí no voy a detallar. Búsquenlo ustedes, trabajen un poco, que se me están aburguesando.

Retomando el hilo, o más bien la maraña, el caso es que he decidido recurrir a la medicina moderna (los remedios naturales requieren de una fe, un tiempo y una determinación de los que carezco por completo) y he comprado unos sobrecitos color butano sabor naranja-arsénico. Si bien detienen mi fuga interior y me permiten conducirme entre el tráfico humano sin demasiados percances, tienen como efecto secundario que me quitan las ganas de todo en general y sólo me apetece atar mi cama a un globo aerostático, meterme dentro de ella cuando aún no ha despegado y dormir plácidamente donde el aire es fino y el resto del mundo queda muy abajo.

Tambien me hacen pensar y escribir incoherencias. Pero supongo que de esto último ustedes ya se han dado cuenta.

05 marzo 2009

De ideas, koalas y cucarachas

Lo dicen los documentales: por muy encantadores y tiernos que sean los koalas, las que al final dominarán el mundo son las cucarachas.

Con las ideas pasa mas o menos lo mismo.
Las buenas ideas muchas veces requieren trabajo y dedicación. La mayoría de las buenas ideas se olvidan, o se anotan en un papel que tarde o temprano acaba en una papelera (encestada al tercer o cuarto intento, en mi caso).
De las pocas que sobreviven, la mayoría se malogran convirtiendose en algo muy sutilmente distinto pero potencialmente catastrófico en cuanto ponen en práctica, como una ensaladilla rusa dejada al sol toda la mañana.
¿Y qué pasa con las restantes, las realmente buenas, las que perduran y no lo estropean todo? Pues yo que sé, ¡rara vez tengo de esas!

Me parecen mucho más fascinantes las malas ideas. Son terriblemente sencillas, las tenemos todo el tiempo, salen de cualquier sitio, y son increíblemente persistentes en nuestra memoria, hasta el punto que podemos tenerlas una y otra vez aun conociendo de primera mano sus consecuencias.

Empiezo a pensar que si no fuera porque nos arruinan la vida, serían un gran invento.

04 marzo 2009

Y al final no pudo ser

Aun recuerdo cuando de chaval me enteré que en los juicios de verdad no se puede levantar uno y gritar "protesto".
Creo que ahí terminó prematuramente mi (por otra parte, leve) interés por estudiar leyes.
Con la de protestos que tenía yo pensado gritar. Deseaba convertir mi vida en una apelación contra todo y contra todos.
Reclamando justicia en cada exhalación, en cada bostezo o ademán, esperaba vivir protestando hasta el día de mi muerte, como un mantra enrabietado e imposible de acallar.
Iba incluso a disponer que apareciera "protesto" en mi esquela en los diarios, una enorme y anónima esquela con negrísimas negritas y a toda página.
Y en mi epitafio también. Una placa de granito con sólo dos fechas, y la única palabra que hubiera resumido la perfecta existencia que tenía planeada.

01 marzo 2009

Clases de piano

Llamandose Adagio Viola, y siendo el primogénito de un ilustre profesor de piano y una famosa mezzosoprano, todo apuntaba a que su vida iba a estar entregada al mundo de la música. No fue así, y cursó económicas, graduandose con matrícula y trabajando con gran éxito como corredor de bolsa hasta el día en que murió atragantado por la díscola aceituna de un vermú.
Con tales precedentes, podrán entender que veintitres años después, su hijo mayor se enfrentara a una gran duda existencial: no sabía si seguir con su vida el camino que le dictaban sus origenes y procedencia, fuesen los que fuesen, o dejarse llevar por lo que le pedía el corazón, que era pilotar un aeroplano bimotor.
Nunca tuvo tiempo de tomar tal decisión debido a su prematura defuncíón. Una violenta relacción alérgica a un éxito de radiofórmula que sonaba en el hilo musical de un centro comercial le ahorró ese problema y todos los demás que pudiese tener el resto de su existencia.

Y ese es el quid de la cuestión. Algunas de las mejores historias acaban antes incluso de haber podido empezar. Y algunas de las peores no habrían sido tan malas si hubiesen tenido la oportunidad de terminar a tiempo, cuando nadie lo esperaba.
Y esta, creo yo mientras escribo estas lineas, empieza a entrar por momentos en el segundo grupo. En algun momento habrá que parar...