30 abril 2012

Nación de durmientes afines

Empiezo a pensar que la insistencia de mi organismo por rendirse al sueño tres horas más tarde que el resto del vecindario ha de responder a un deseo primario, un instinto reptiliano y ancestral como el que impulsa los ciclos migratorios o los periodos de hibernación.
No es que me moleste demasiado velar el sueño del barrio ni escuchar el traqueteo de la lluvia en sus tejados, pero es evidente que como buen urbanita aburguesado que soy no estoy interpretando las pistas que mi cuerpo somatiza.
Así que velo los tejados y el sueño de sus propietarios e hipotetizo.  Mi hipótesis es que los ciclos de mi sueño están donde tienen que estar y soy yo el que sufre este desfase al no estar en el lugar del mundo adecuado en el que serían totalmente normales.
No puedo saber la latitud de esa nación de durmientes afines pero sí la hora por la que se rigen. Busco un mapa de usos horarios para ver que tengo tres horas a la izquierda y evaluar mis posibles destinos. En la franja escogida por mi cuerpo hay casquetes polares, mucho océano, y también está Brasil.

24 abril 2012

Arder bien

A veces me cuesta tanto ser yo, y es tan raro el punto de equilibrio donde creo que lo consigo, que basta el mínimo crujido para que mi conciencia se sobresalte y haga zapping resbalando con desgana por ese extenso e innecesario catálogo de estados carenciales que tan bien conozco y tanto me aburren. En ese punto me escabullo y me alejo a gatas antes de regalarle a la programación otro segundo de mi tiempo en este mundo.
Son tantas y tan finas las máscaras cotidianas que es demasiado sencillo meterse en la cama sin percatarse de que alguna aún la llevamos en la cara. Si el suceso se repite puede hacerse irreversible. Hay que decapar y prescindir del lacado. Hay que revelar el nudo y el poro de la madera.
Hay que ser más. Hay que hacerse al hueso de uno mismo. Hay que reir y hay que morder.
Y si extinguirse es inevitable, antes hay que arder bien.