31 mayo 2012

Al final no era lo mismo en chino crisis y oportunidad

Una leve fobia al vacío nos aguarda cuando el pasillo al tenemos los pies acostumbrados se transforma en cielo abierto, cuesta vencer el vértigo e improvisar la caligrafía manteniendo rectos los renglones donde ya no están sus guías.
Al final no era lo mismo en chino crisis y oportunidad; fue todo un bulo provocado por un mala traducción y lo ambiguo de los pictogramas.
Los filólogos lo saben desde hace tiempo pero no han querido decirlo hasta ahora porque creo les daba ternura ver lo contentos que nos decíamos la frasecita y vestíamos esa invisible cota de malla trenzada de optimismo e ingenuidad que nos hacía -a nosotros y a los chinos-  inmunes a las balas de la desgracia.
El caso es que los chinos también lo pasan mal cuando las cartas vienen mal dadas. Han perdido en el proceso su aura de mística perseverancia y han ganado unos gramos de la humanidad más imperfecta y verdadera.
Las crisis no son un gusto para nadie a no ser que ocurran en un establo y de todos tú seas el animal con los dientes más afilados. Si te toca estar del otro lado, no vale la pena buscar el libro de reclamaciones ni preguntar el procedimiento de evacuación: no hay remedio mágico, no hay ningún plan que sea eterno y los mapas que seguíamos hace tiempo que quedaron obsoletos.

Hay que descalzarse para notar el suelo. Será cuestión de observar y de improvisar.


21 mayo 2012

El ejercicio de la ausencia

La medida y el alcance de tu espacio en el planeta se mide por lo hondo del hueco que les queda a los demás cuando no estás. Es una cosa jodida que el sistema de medida requiera del ejercicio de la ausencia, es como romper una botella para saber cuanta agua lleva. Y no deja de ser una ironía que las respuestas con el resultado se envíen a todos los demás pero tú nunca seas el destinatario. Echar de menos no es malo, lo malo es sentirlo y no contarlo.
En eso creo que el universo castiga a los callados.

15 mayo 2012

Ola seca

Estoy de nuevo despierto, consciente y sometido a todo tipo de sensaciones. Pendiente de todo, y de nada realmente.
Esclavizado por la misma lógica natural que dicta que las ardillas sin la cabeza suficiente para recordar donde están las mejores bellotas poseerán por necesidad un olfato privilegiado e hipersensible. O se extinguirán.
La madre naturaleza habría acabado hace tiempo con los seres desmemoriados si no le despertásemos, sospecho, cierta simpatía.  Así que sabiéndome perdonado por el espíritu de la Tierra, y en plena posesión del condenado don compensatorio de notarlo todo y no parar de darle vueltas a lo divino y lo humano, doy una nueva vuelta en la cama.
El roce de la sábana en la nunca se siente en la cabeza como arena, como el sonido de una ola seca.
Por la ventana llega amortiguado el mantra nocturno y urbano de tráfico distante y grillo de farola.
Un perro ladra a lo lejos...