29 julio 2004

Castigo divino (o albañiles negligentes)

No todos los dias se le abre a uno la tierra bajo los pies.
Y menos en la cocina, frente a la lavadora.
Me resisto a creer que haya sido una señal divina. Si existese, el viejo de arriba debería ocuparse de asuntos más urgentes en oriente medio antes de montarme a mí un miniapocalípsis domestico.
A fin de cuentas mis pecados son más o menos modestos.
El caso es que el azulejo que desde hace semanas estaba dividido por una finísima grieta ha emitido hoy su crujido póstumo, descubriendo una abertura en el suelo de un palmo de diámetro.
Una vez retirados los fragmentos he descubierto que vivo en una plataforma de azulejos suspendidos a unos tres centimetros sobre los que deberia ser tierra firme.
Los perspicaces obreros que reformaron mi piso antes de mi llegada decidieron que era más economico apoyar las baldosas en pegotes de cemento en lugar de extender una base uniforme bajo ellos.

A mi el suceso me ha conmocionado. En cuclillas frente al hueco he descubierto un submundo bajo mi suelo, minúsculo y misterioso. Un piso bajo mi piso. Tierra y piedrecitas. Olor a mojado y polvo.

No sé si el mundo de ahí abajo tiene habitantes. Y si existen, no sé si les hace gracia este vaso comunicante espontáneo que nos ha unido.
Como sé que pasaran unos dias hasta que se restablezca la separación natural entre nuestros ecosistemas, he decidido poner un respetuoso cartón en la hoquedad.
Y en la cara de abajo, reza en rotulador un "Disculpen las molestias."

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