12 julio 2004

Y a lo loco

Tony Curtis, haciendose pasar por el joven heredero del imperio petrolífero Shell, invita a Marilyn Monroe a su yate.
Yate que por supuesto no es suyo, si no de un millonario "de verdad" que termina pidiendo la mano de un Jack Lemmon convenientemente travestido para la ocasión. Pero ese es otro asunto.

El caso es que, en el embarcadero, suben a la potente motora que les llevará al lujoso yate.
Enfrentado a los mandos, Tony Curtis se da cuenta que ni siquiera sabe engranar la primera marcha, pero obviamente no quiere que la Monroe se entere.
Así que se gira y cortésmente le pregunta si le importa que efectuen la totalidad del trayecto marcha atrás.
A lo que la Monroe contesta que, en su compañía, cualquier trayecto es placentero.

La esbelta lancha comienza a avanzar hacia atrás, atentando contra todas las leyes de la hidrodinámica y levantando una cantidad de espuma considerable.
Y ellos dignos, emperifollados, elegantes y guapísimos emprenden sonrientes su trayecto hacia el barco a paso de caracol. Pero con un estilazo indudable.

Supongo que a veces, llevar la cabeza bien alta al hacer algo es casi tan importante como hacerlo en la dirección adecuada.

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