10 abril 2004

Raro, estrábico y patidifuso

El Hombre que Siempre Bizquea en las Fotografías tuvo una juventud desdichada.

Ignoraba la razón por la cual sus ojos siempre eran cazados a medio camino en el breve instante del parpadeo. El porqué de esa reincidente manía de sus ojos en lucirse semidesnudos en el mortecino esplendor del flash.

Invirtió grandes cantidades de tiempo y de dinero en la compra de equipo fotográfico que le permitiera identificar su mal y buscarle un remedio.

Grandes angulares, teleobjetivos, filtros de color, ojos de pez... ninguno de estos artilugios evitaban esa mirada mezcla de besugo recien pescado y alcohólico impenitente al borde del coma etílico.

Un día, harto y furioso, tiró toda la frustrante colección de retratos experimentales al contenedor, rindiendose a la imposibilidad de aparecer favorecido en una fotografía, y jurandose huir de objetivos y lentes de por vida.

Los retratos duraron apenas 2 horas en el contenedor. Fueron rescatados por un prestigioso galerista que vió en esta interminable secuencia de bizqueos a gran formato una nueva forma de expresión artística.

El Hombre que Siempre Bizquea en las Fotografías vivió el tiempo suficiente como para ser testigo de cómo el mundo de la moda instauraba el bizqueo como el nuevo canon estético en la mirada masculina. Una belleza rara, estrábica y patidifusa.

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