13 abril 2004

Humor decididamente optimista

Aquella mañana me levanté de un humor decididamente optimista.

Aunque era pronto había un sol radiante que te calentaba por dentro aunque las mañanas aún eran frías. El aire olía a limpio y a tierra mojada.

Sálí a la calle sintiendome animado y extrañamente ligero. Mi amago de gripe no daba señales de vida y mis pies se movían con una facilidad pasmosa.

De camino al trabajo, subí el bordillo de la acera dando un pequeño brinco, pero perdí pie inesperadamente y me encontré dando una voltereta a cámara lenta sobre la acera. Me descubrí flotando cabeza abajo a metro y medio por encima del pavimento. En mis intentos por alcanzar una papelera a la que asirme, estuve a punto de chocar con un hombre mayor que caminaba ensimismado leyendo el periodico y que nisiquiera advirtió mi presencia.

Una suave ráfaga de aire me empujó hacia la copa de una encina y tuve que hacer verdaderos esfuerzos para no quedarme trabado en ella.

Desgraciadamente, mi afán por esquivar el arbol me impulsó un poco más hacia arriba, y pronto me vi rodando hacia arriba por la fachada de un feo e impersonal edificio de oficinas acristalado.

Andaba ya por el piso ocho o nueve cuando me topé con la mirada reprobatoria de una empleada del servicio limpieza del edificio, que limpiaba la parte interior de los cristales. La velocidad de mi ascenso no me permitía detenerme y disculparme por las pisadas y huellas de manos que estaba dejando en mi incontrolada levitación, así que sólo pude ponerle cara de circunstancias y encoger los hombros.

"Esto se acaba", pensé, viendo como me aproximaba a la azotea del edificio. En un último esfuerzo me agarré con una mano a una barandilla de aluminio en instalada en la cornisa de la terraza, pero estaba húmeda por el rocío y mis dedos resbalaron.

Resignado, me subí la cremallera de la chaqueta, a la espera de nuevos acontecimientos.



De eso hace ya tres días. Actualmente floto a unos tres mil quinientos metros y, mecido por vientos de poniente, floto en dirección a los Alpes suizos. En ocasiones me cruzo con aviones comerciales y tengo simpáticas conversaciones con el pasaje. También he sido visitado por un helicóptero de la dirección general de tráfico francesa y me topé con el globo aerostático de un excentrico millonario inglés que pretende dar la vuelta al mundo sin escalas. No era mal tipo: me regaló un paquete de pan blanco a cambio de ponerle un parche en una fuga de gas.

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