23 agosto 2004

Radio

Recuerdo la linea de un rojo rabioso, que marcaba con precisión la frecuencia sintonizada. Las cifras dispuestas en varias filas superpuestas. Herzios, Kiloherzios, bandas anchas, bandas estrechas. Modulación en frecuencia, modulación en amplitud. Las leyendas explicando los mandos escritas en alemán. Puro y fascinante sinsentido ante mis ojos de niño.
Y la pesada rueda del dial, de plastico grueso pintado de plata. Sé que es pesada porque un día la desmonté. El día de la muerte del misterio de la inercia.

Recuerdo la ligera inercia que tenía el mando del dial, la leve pereza con la que la linea roja comenzaba a moverse cuando girabas la rueda plateada. Mas tárde descubriría que la rueda movía la linea roja a través de hilos y poleas. Hilos que eran un poco flexibles y se estiraban y encogían. Dilema resuelto. Y se murió el misterio de la inercia.

Recuerdo los sonidos sucios de la banda AM, la mezcla de voces y melodías huecas y agujereadas. La emoción de recoger la voz de un locutor hablando sin cesar en italiano, sepultado bajo mantos de estática que crepitaban y ahuyaban sin cesar.

Y también el sonido del limbo, el tope del dial.
Cuando habías girado tanto la rueda que la línea roja estaba en el tope de frecuencias. Lejos de toda presencia humana, sólo ruidos que se entrecruzaban. Sin conexión con ningún discurso, o canción. La zona donde ya no caben las voces ni la música ni los razonamientos. Donde es imposible conectar con nada ni nadie.

Donde te quedas esperando a que a alguien le de por girar el dial hacia el otro lado, hasta encontrar alguna emisora. Algo con lo que conectar, algo que entender.

Allí estoy hoy, en el tope del dial.

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