29 febrero 2008
La geometría de las intersecciones
Aprendió a patinar con esos botines blancos atados hasta arriba cuando yo cosechaba en mi bicicross las primeras costras de mis rodillas.
Decidió que no había nada mejor que los neones verdes de la feria y el olor del algodón de azucar el día que yo encontraba mi lugar en el cine de verano, sentado en un silla de plástico bajo los pinos y las estrellas, viendo siempre las mismas películas, mientras las diminutas explosiones de los petazetas en mi boca se superponían a las de los cañones de la estrella de la muerte.
Fumó su primer cigarro cuando yo dejé de llevar coderas adhesivas en los pantalones de pana.
Debió hacerse mayor más pronto, porque yo lo hice tarde deprisa y mal, como casi todo lo demás.
Deambulamos unos cuantos años más y después nos encontramos. Y luego volvimos a despedirnos.
Las vidas paralelas no existen, y si lo hacen y van rectas, es obvio que nunca llegarán a encontrarse.
Lo malo de las otras es que o se estrellan entrecruzandose de forma secante o son tangentes en un punto y luego se separan. Si dan algunos bandazos, es posible que se encuentren de nuevo.
Y eso es todo. La geometría de las intersecciones no permite más posibilidades. Lo cual no es ni bueno ni necesariamente malo, tan sólo es algo que se cumple siempre.
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