05 febrero 2008
Amor de madre
Aquel día, cuando saltó y tiró del cordón, se acordó de que su madre le había birlarlo el paracaídas para lavarselo y plancharselo. "Ya es suficiente que vayas por ahí vestido de colorines y saltando de aviones como para que encima lo hagas con ese trapo hecho unos zorros. No señor, mi hijo no. ¿Es que no te das cuenta? Todo hecho una bola ahí dentro. Y menudos lamparones. Y luego las vecinas lo ven y se lo cuentan entre ellas ¿Y en qué lugar me dejas?¿Es que no me quieres?".
Curiosamente, en lugar de su habitual vómito de de tela multicolor, la mochila expulsó una hogaza de pan de pueblo envuelta en papel albal, tres porciones individuales de margarina, un tarrito de mermelada casera de melocotón y varias servilletas de papel que se esparcieron juguetonas y, retorcidas por el viento, desaparecieron hacia arriba en un segundo. Las viandas flotaron sobre su cabeza mientras él, con esa mezcla de agradecimiento, bochorno y cariño que los hijos profesan a sus madres en estas ocasiones, suspiraba resignado y buscaba algo en los bolsillos de su mono con lo que cortar el pan y untar el condumio.
Mientras atravesaba un espeso manto de cúmulo nimbos lamentó no tener nada con lo que tostar el pan en su largo y apacible viaje de vuelta al suelo.
[pab: Este va para mi santa madre, mi amiga y a veces también mi paracaídas]
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