29 noviembre 2008

Viento, tendederos zen y la magia en el mundo

Una de las cosas que me gustan de la casa donde vivo ahora es subir unos escalones y poder tender la ropa en el terrado del edificio.
Algo, quizás ya tardofranquista y demodé por las secadoras y los tendederos plegables, que creo que sólo hacemos yo y mi vecina uruguaya de enfrente.
Y podrá sonar algo patético, pero en esos momentos de colada nocturna (sí tiendo a media noche, qué pasa), en los que puedo ver los tejados del pueblo a mi alrededor y las montañas al fondo, disfruto de una cierta paz interior, tender ropa me resulta últimamente una actividad de lo más zen.
Contemplar ver el destello acompasado de todas las televisiones poniendo el mismo programa en cada casa. El sonido de una vespino lejana. Las estrellas, bastante más visibles que en la ciudad...

El caso es que esta tarde hacía un viento endiablado, contenedores de basura cruzando solitos la calle... y he recordado que tenía la ropa tendida.
He vuelto corriendo a casa para destender, y al llegar a mi cable me he encontrado con que no había nada. Cero absoluto. Ni las pinzas.
En ese momento me he imaginado mi ropa sobrevolando el pueblo. Mis queridos y rotos vaqueros aterrizando sobre un monovolumen. Mi calzoncillos de la suerte coronando una señal de stop. La chaqueta vaquera hijo-mio-vas-como-un-gitano encalada en un chopo. Calcetines diversos salpicando de color la hierba del parque.

En fin, me he bajado a casa pensando que al menos mis prendas habían contribuído a hacer el mundo un sitio un poquito más mágico e imprevisible.

Ya en casa, por la ventana de la cocina he escuchado como me llamaba mi vecina de enfrente, una señora con la que nunca había cruzado palabra.
Había rescatado mi ropa, y no solo eso, la había doblado primorosamente de esa manera impecable en como dobla la ropa una madre que yo me moriré sin dominar.

Después de deshacerme en agradecimientos con la señora he vuelto a mi casa feliz de mi reencuentro con mi vieja camiseta de spiderman y, qué quieren que les diga: quizás el mundo no es un lugar tan mágico, pero en él aún queda buena gente.

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