12 junio 2004

Josele Santiago

Maese Santiago, usted me puede. Nos puede a todos.
Se sube al escenario con su tambaleo, pero nunca termina de caer. Se bebió usted la vida a cucharas, y ahora que la toma a sorbitos, como los hijos de vecino, le sabe a bien poco.
Maese Santiago, se queda usted en la retaguardia, y deja el primer ataque a su banda, músicos competentes, sabiendose con la solvencia necesaria para salir de cualquier trago usted solito. Porque de tragos puede usted contarnos mucho. Y de todo lo demás.
Baja Josele!, baja Josele! "Que baje pa qué?"
Y su banda nos hace tierna la piel, como de melocotón. Y su voz desgarrada nos barrena hasta la pulpa, teniendo cuidado de no dañar demasiado. Y nos presenta a su grupo "porque a modesto no me gana ni dios".
Y se van los músicos, y se queda usted solo, maese Santiago. Solo y guitarra en mano. Compañero del metal, enemigo por principio, funcionario de la entraña soltada en escenario, del verso desahuciado.
Y se pasa la "hora del gintonic". Y nos canta canciones. Canciones que hablan de cunas de serrín, de tejados desarmados. De bares montados en el fondo del mar. Y estira usted del mango. Y nos deja dehollados. Y la novia makinera oxigenada del compadre de mi lado, que no paraba de quejarse, embobada se ha quedado.
Atrapada por la rima de la canción que le salió cuando "le dió por dejar de beber". Adios botellas, adios. Dejar de beber... la cosa tiene su gracia.
Hasta pronto, maese Santiago.

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