09 abril 2009

Celebración

El otro día debí salvar al mundo una vez más, de manera inadvertida.
No me enteré hasta la mañana del sábado, cuando bajé a desayunar y me encontré a la comitiva de estadistas y dignatarios esperandome en la acera. Una banda tocando himnos, cientos de sonrisas y muchos flashes. Unidades móviles y una espontánea congregación de agradecidos ciudadanos empeñados en hablarme y darme la mano.
Acepté los obsequios y alabanzas algo azorado, ya que no tenía la más remota idea de por qué méritos estaba siendo homenajeado.
Tras el desfile por las avenidas les pedí que me dejaran, ya que estaban, cerca de casa para ahorrarme el pateo de vuelta.

No le he dado muchas más vueltas al asunto. Tampoco es mucha molestia cuando ocurre, aunque a veces pierdas la mañana entera.

Lo malo es que mis gestas involuntarias funcionan en ambos sentidos, y a veces hago lo mismo pero exactamente al contrario. No hay desfiles, ni agradecimientos, sólo alguien al que has jodido un día sin darte casi ni cuenta.

Sólo sé que quizás deberíamos aprender a caminar por la arena sin dejar huellas.

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