18 abril 2009

Abisal

Cualquiera que guste de dilapidar su tiempo en actividades creativas sabe que entre las alturas de la plenitud y la desesperación más abisal flota un esquivo estado de gracia en el que las palabras, las notas o los trazos salen de corrido, como escapados de nuestra cabeza.
No nos vamos a engañar, la gente esencialmente feliz es digna de envidia pero suele alumbrar obras insípidas. Tal vez sea una cuestión de autosugestión: por una razón o por otra, los cajones de nuestra memoria están atiborrados de autores atormentados, pintores locos y perfectas y redondas canciones de desamor.
En días como hoy, en que malpago las muchas horas de sueño que me debo con un café de campeonato, mientras miro como una lluvia indecisa oscurece las aceras, creo que podría escribir cien lánguidas canciones sobre exilios, errores reincididos y daños colaterales.
Pero siempre que me pasa no tengo una guitarra cerca. Y cuando al fin tengo la mía a mano termino siempre tocando las canciones de los otros, esas que adoras y a la vez maldices por no haberse dejado componer por ti.

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