01 febrero 2009

Eclipse anular

Era el de Domingo Futil un don que acompañaba una maldición.
A determinadas horas, y en algunos lugares, Domingo irradiaba de manera involuntaria un encanto personal tan potente y omnidireccional como la luz de una supernova.
Lamentablemente, la portentosa nariz de Domingo Futil ocluía dicha radiación en la dirección a la que miraba, en una extraña e irónica suerte de eclipse anular.
No era por tanto de extrañar que Domingo acabara con los bolsillos repletos de papeles arrugados , con los números apuntados de dos bailarinas de ballet, el de un bombero dicharachero, los de un lanzador de cuchillos de gira itinerante y el de su amiga y antigua amante, una vedette de varietés que cantaba lánguidas baladas en alemán en las tabernas de los puertos.
Tenía el número de todo el bar, menos el de la chica de su interés, que sólo sintió algo por Domingo durante el instante en que éste se giró, cogió la puerta y se marchó.

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