19 febrero 2009
Y a mí también
Hoy, en una reunión, un señor con cara de iluminado que hablaba muy rápido vino a explicarnos que el futuro de Internet era el facebook, las redes sociales, la web dospuntocero, y demás topicazos fusilados de la prensa del sector. Cuando la perorata de un interlocutor es tan prescindible y se vuelve tan soporífera, es necesario inventar recursos para evitar bostezar delante de él.
Y es que esto es importante: bostezar está mal visto. Y nunca he entendido porqué.
A mi personalmente me encanta que me bostecen, y más en la cama.
Pero tal vez no era ese el momento, el lugar, y muchísimo menos la persona adecuada para ese tipo de bostezos.
El caso es que he intentado concentrarme en mi interlocutor y no he podido evitar fijarme en su flequillo, fruto bastante evidente de un implante capilar. Era un nacimiento del pelo fabulosamente rectilíneo. Como una de esas fronteras estadounidenses trazadas con tiralíneas en un plano, que no corresponden al dibujo de ningún río ni cordillera . Pero también era etéreo, casi translúcido, como dibujado a carboncillo. Un gradiente uniformemente perfecto de lo árido a lo tupido en poco más de dos centímetros.. O como estar en la linde de un bosque de película, con ese manto de fría bruma invadiendolo todo, decidiendo si adentrarse o no, imaginando qué misterios encerrará...
Poco a poco me ha ido hipotizando esa última frontera capilar, esa colección de mechones tan bien domesticados, hasta el punto de que he sentido la irrefrenable necesidad de levantarme para alcanzarlo y tocarlo, estirarlo, estrujarlo, sopesarlo, comprobar cual era su textura, si estaba frío o templado y a qué olía, si olía a algo.
Intuía que el hacerlo podría traer consecuencias incómodas, pero no parecían tan malas opción a cambio de satisfacer esa repentina y poderosa necesidad.
He combatido mi irracional curiosidad durante un par de minutos que se me hacían eternos, y estaba a punto de dejarme llevar y ceder a mi recién estrenada obsesión hasta que un inesperado silencio en la sala me ha devuelto a la realidad.
Un breve vistazo a mi alrededor me ha hecho entender que mi interlocutor esperaba respuesta a una pregunta que me había hecho, y los otros compañeros me miraban interesados en la respuesta.
He contestado que "Sí", evidentemente. Pero todavía no sé a qué.
Pero a él le ha valido. Y a mí también.
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