19 mayo 2005
Historia al uso
Al chico sin prisa siempre lo trataron de tonto por la lentitud de sus respuestas, sin saber que era la calma y no la falta de lumbrera lo que ralentizaba su discurso.
Ocupaba esa mañana en observar el incipiente agujero del costado de una de sus bambas mientras caminaba ajeno a todo lo que le rodeaba, incluida la hija de papá.
La hija de papá iba de tiendas cuando, reflejada en un escaparate, observó aterrorizada que sus pantalones pirata de Prada acababan de pasar de moda en ese preciso instante. Trazó inmediatamente un mapa mental de las boutiques más cercanas y cruzó la calle al paso más grande que los tacones y sus compras le permitieron.
Ambos cayeron de culo tras el choque.
Bolsas de papel con logotipos minimales, un top de lentejuelas y una zapatilla perforada volaron por el cielo en una bella y efímera danza.
El chico sin prisa se levantó antes. Iba formular una disculpa cuando observó que la hija de papá ya había detenido un taxi con un grito que le heló la sangre y se metía en él a toda velocidad.
Se encogió de hombros.
Él no dijo nada. Ella no se dejó ninguna bolsa.
No se recordaron. No se enamoraron.
No lucharon para salvar la oposición de sus familias. No comieron el mismo spagguetti.
Él no la buscó hasta encontrarla. Ella no le recordó para siempre.
Lo único que pasó es que el chico se volvió a casa con un pie descalzo.
Y días después, una vecina de esa calle encontró una zapatilla agujereada en una maceta de su balcón.
El geranio no sobrevivió.
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