11 marzo 2009
Medicina moderna
Llevo estos días aquejado de una alergia, un virus o un yoquesé que me provoca a mi nariz un constante afán de verter todo mi ser a través de ella (Sé que la srta. Ana, mi profe de lengua de EGB, estaría orgullosa de este eufemismo)
El caso es que contenía ese leve goteo con pañuelos de papel, pero uso tantos que ahora mismo me rodea una montaña de ellos, me llegan hasta la rodilla, y me preocupa que venga alguien fumando y se incendie la pira y acabe esto como el rosario de la aurora. Se me ocurre que nunca he sabido qué significa eso del rosario de la aurora, pero lo acabo de mirar en google, y como en casi todo lo demás, se proponen distintas interpretaciones que aquí no voy a detallar. Búsquenlo ustedes, trabajen un poco, que se me están aburguesando.
Retomando el hilo, o más bien la maraña, el caso es que he decidido recurrir a la medicina moderna (los remedios naturales requieren de una fe, un tiempo y una determinación de los que carezco por completo) y he comprado unos sobrecitos color butano sabor naranja-arsénico. Si bien detienen mi fuga interior y me permiten conducirme entre el tráfico humano sin demasiados percances, tienen como efecto secundario que me quitan las ganas de todo en general y sólo me apetece atar mi cama a un globo aerostático, meterme dentro de ella cuando aún no ha despegado y dormir plácidamente donde el aire es fino y el resto del mundo queda muy abajo.
Tambien me hacen pensar y escribir incoherencias. Pero supongo que de esto último ustedes ya se han dado cuenta.
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