17 marzo 2009
La marca
Tuve un coche viejo y verde. No era flamante ni espectacular pero era más mío que de los demás.
Un día, apareció en el parabrisas una marca a la altura de mis ojos, un diminuto punto negro. Cuando me sentaba a conducir, la marca estaba justo en la dirección en la que miraban mis ojos.
Intenté sacarla con todo tipo de productos abrasivos y de limpieza, pero frotara por donde frotara siempre daba la sensación de que estaba en el lado opuesto del cristal.
Así que un día me dí por vencido y me propuse hacerme amigo de ella. Comencé a conducir siguiendo en la dirección en la marca me señalaba, y me sorprendió descubrir que el camino indicado no era siempre una línea recta.
La marca y yo compartimos muchas cosas: me llevó a playas y también a desiertos, me descubrió atajos polvorientos e imprevisibles, me rescató de noches terminales y me regaló siestas perezosas en los más soleados y recónditos merenderos.
Un día, sin embargo, pensé que era el momento de madurar. Así que lavé el coche, me compré unos pantalones sin los camales deshilachados, y empecé a ignorar la dirección en la que la marca señalaba, dirigiendo mi camino a las carreteras más convenientes y pavimentadas.
Una mañana descubrí que la marca había desaparecido. Al poco tuve un accidente del cual mi coche verde salió tan mal parado que tuve que desguazarlo.
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