23 junio 2006

El fin del mundo tal y como lo conocemos (I)

Aquella mañana el ilustre catedrático de física se levantó, se rascó el trasero con fruición y posteriormente se metió en la ducha.
Se miró al espejo lleno de vaho y recordó vagamente algo que había soñado.
Como quien no quiere la cosa, comenzó a garabatear con el dedo en el espejo un sistema de ecuaciones que acababa de recordar.

Zas!

Podría decirse que ahogó un grito. Lo más exacto sería decir que gritó hacia adentro.
Preso de una emoción incontenible, corrió aún chorreando por el pasillo enmoquetado cubierto con una escueta toalla que al llegar al dormitorio ya no estaba en su lugar.
Impaciente por llegar a su libreta de notas saltó la cama de matrimonio con una gracilidad inusitada dada su edad y su complexión.
En el mismo instante que el adonis cincuentón y barrigudo volaba sobre las sábanas, su señora aún cubierta por éstas abría los ojos, presenciando durante la fracción de segundo que duró el sobrevuelo una escena esplendorosa, que la hizo recordar los primeros años de su matrimonio.
Estaba a un paso de hacerse ilusiones cuando observó decepcionada como su marido se sentaba en la comoda y comenzaba a garabatear atropelladamente en su libreta.

El ilustre y desnudo catedrático de física comenzó a escribir nerviosamente, arrugando y humedeciendo las hojas mientras su mano vomitaba páginas y páginas de ecuaciones.
Tan absorto estaba en su tarea que apenas se dió cuenta cuando su esposa salía malhumorada de la cama y se encerraba en el baño dando un portazo.

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