19 octubre 2005

Supermercado

La otra tarde en el pasillo del supermercado un poeta andrajoso me asaltó surgiendo de entre los sacos de arena para gatos. Tiró de mí manga y me introdujo en su refugio invisible hecho de cajas de dixan y sillas de jardín de exposición.
Me pidió silencio con un gesto y se puso a espiar el exterior con aire preocupado. Como no tenía nada que hacer, me quedé con él e imité todo lo que hacía.
Espiamos a las señoras que sisaban cosméticos. Aterrorizamos a los reponedores con una lluvia de caramelos pez e hicimos resbalar al jefe de tienda untando el pavimento con jabón de marsella.
Comimos atún en aceite vegetal y galletitas saladas, y disuadimos a un adolescente de comprar bollería industrial ululando gemidos de ultratumba.
Se me pasó el tiempo volando y pronto llegó la hora de irme. El poeta andrajoso me regaló un bote de aceitunas y me aconsejó no fiarme nunca de las ofertas de tres por dos.

Volví más veces al supermercado pero nunca lo volví a ver. Ahora compro en el ultramarinos. No me divierto tanto pero está todo más bueno.

0 comentarios: