07 octubre 2005
La hora de Sato y Cantone
Nunca antes habían hablado ni se conocían.
Pero de alguna manera ambos se sintieron atraídos hasta ese lugar tan lejano para ambos, hasta el punto de dilapidar sus ahorros en el viaje sin saber muy bien porqué.
En el patio interior del desvencijado hotel tunecino se respiraba un aire de agradable abandono. Ambos compartían mesa, pese a que no había más clientes en el lugar.
El nonno Cantone, de 97 años de edad y natural de Calabria, sacó de la maleta de piel agrietada una botella de Grapa.
El venerable señor Sato, de 101 años, y recién llegado de su Okinawa natal, deshizo un hatajo de paños que resultó ser una botella de sake.
Ambos sirvieron un vaso.
Sake para Cantone. Grapa para Sato.
Saborearon los licores y se dedicaron una sonrisa cómplice y algo cansada. Ambos se sabían fuera de su tiempo, y ese forzoso exilio del ahora les hermanaba y hacía cercanos.
Se levantaron sin más, no sin antes despedirse con una repetuosa inclinación de cabeza y subieron silenciosamente a sus respectivas habitaciones.
Ambos murieron esa noche mientras dormían. Fueron encontrados por el servicio de limpieza tumbados en sus camas perfectamente arregladas.
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