01 julio 2005
La putada de morir una tarde de Junio
Bajé al andén extrañado por ser el "Anden Dos" donde el tren estaba esperando, y no el "Uno" acostumbrado. Apenas estuve en el andén advertí las decenas de miradas sobre mi cabeza, que, desde la barandilla de la altura superior al andén, apuntaban al final de este.Me giré y pude divisar a dos sanitarios con chalecos reflectantes, un revisor, y dos policías nacionales que envolvían la zona con precinto policial.
Y , entrevista bajo sus pies, una forma humana en el suelo envuelta en plástico con cremellera.
Se me acercó un revisor con cara de "no hay nada que ver", cosa con la que estuve de acuerdo. Me subí al tren. Una sóla pregunta, antes del cierre de puertas: el cómo. El viajero sufrió un infarto, fue instantáneo, no hubo nada que hacer.
El tren arranca. Me siento, abro el libro y comienzo a pasear automáticamente mis ojos por las líneas, sin leer realmente. Me pregunto si alguien en ese momento esperaba con impaciencia a este hombre que ya debía retrasarse casi una hora. Un café con un amigo, una firma notarial, tal vez le fuese a recoger su esposa en la estación de destino. Minutos extraños pero cotidianos en los que la otra persona se preguntará ingénua "Siempre igual ¿qué estará haciendo?".
La putada de estas cosas es que la muerte de verdad no es como la de las películas. No se espera a que ates cabos, a que cierres los temas pendientes, a esa disculpa necesaria o ese resarcimiento postergado.
Aparece y de golpe desencaja las previsiones y los proyectos. Los objetivos a largo plazo y las cosas sencillas que pensabas hacer esa misma tarde.
Es importante tener proyectos e ilusiones. Pero lo más importante es abordarlos: hay cosas que no esperan.
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