23 febrero 2005
Perdedor y talentoso
Esta noche he asistido al concierto acústico de unos amigos, en el café de un conocido teatro de mi ciudad. Casi al final, han invitado de forma improvisada a subir al escenario a un individuo que llevaba la totalidad del recital encasquetandose uno tras otro varios carajillos de ron en la barra.
Nada en su aspecto revelaba que tuviera alguna aptitud musical. Es más, su andar tambaleante me hacía dudar de que pudiera ser capaz de subirse a la tarima.
Su aspecto era el del típico parroquiano cuarentón de bar de barrio. De los que fichan en él ocho horas diarias....o más. Podría ser un personaje de Bukowsky si no fuese por el aura que desprendía, innegablemente ibérica. Aura de empleado de estación de servicio, o de taxista. De padre o de vecino.
Sólo había dos cosas en él que no cuadraban con esa primera impresión. Una eran las finas botas de piel tipo cowboy que asomaban bajo los camales. La otra el silencio expectante y la sonrisa de los pocos asistentes (que sin duda sabían mejor que yo de que iba el tema)
El caso es que cuando este señor se ha sentado (dejado caer?), y han comenzado las guitarras, se ha llevado una hármonica de blues a los labios y el quejido que ha sonado sencillamente me ha atravesado, erizandome el vello de los brazos y dejandome con una sonrisa boba e incrédula.
Se supone que no me interesa el blues, pero este señor del que no recuerdo el nombre pasa por la via directa a mi santoral personal. Apóstol de la perdición cotidiana, sacerdote de la persiana bajada cuando sale el sol.
De mayor quiero ser así de perdedor y talentoso.
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