25 agosto 2010

Quechua

Nadie informa en las tienda de deportes y aventura sobre la cantidad de ángeles y demonios que pueden colarse en los cientos bolsillos de una de sus mochilas. Tras en unos días de escapada muchas cosas buenas y malas pueden escurrirse dentro y anidar en las costuras, por muy avanzados y estancos que sean los cierres y el tejido.
Algunas pueden meterse dentro antes de partir y te las encuentras en el punto de destino. Otras se esconden durante la travesía y anidan latentes en tus armarios cuando de vuelta a casa deshaces el equipaje.
Mi mochila sigue erguida en el pasillo después de dos días, y de ella he sacado sólo lo imprescindible. Su presencia a contraluz resulta tan inquietante como la cantidad de cremalleras que me quedan por abrir y comprobar. Mi cabeza tiene la pereza de quien evita procesar lo malo, y de alguna manera retrasa el momento de plastificar lo bueno con el simple estatus de recuerdo.

2 comentarios:

neko dijo...
Tienes suerte de que aun te queden cremalleras por abrir, en verdad creo que siempre te quedará alguna.

Espero que hayas disfrutado las vacaciones. Ahora queda la dificil tarea de aprender a disfrutar el día a día de nuevo.
Anónimo dijo...
hace tiempo que cambie la mochila por una maletita rigida con ruedas. sin recodos, sin escondites y que me sigue haciendo un ruidito al girar las ruedas que acompaña mucho. Abrir, cerrar y todo revuerlto a la vista, como los recuerdos.

M.