04 agosto 2010
Pinocha
De cuando el mundo era pequeño, el tiempo se medía en ratos y las tardes eran más lentas recuerdo el marrón oscuro de las costras de mis rodillas y las meriendas de fuagrás y de nocilla; inventos de madre, cosas pegadas al pan que no pudieras desechar. También las bicicroses y motoretas, los polos de hielo y los petazetas y las manchas de resina que mi madre me quitaba de la piel con aceite de oliva. Las verjas verdes y oxidadas, las parcelas llenas de grava, el cine de verano en el bar de la piscina y las mañanas de agosto explorando el monte con mi bicicleta. Aventuras solitarias aprendiéndome el camino de todas las pistas de tierra y llegando a la gran torre de electricidad de forma piramidal que mantenía muy alto en medio de los pinos esos seis cables de alta tensión que cruzaban el cielo de lado a lado y que no sabías dónde iban a parar. Recuerdo estar mirándola bajo un sol de justicia embotado por el sofocante canto de cien mil chicharras, el sonido del calor y del mediodía. Y la placa amarilla y triangular con ese símbolo de un hombre atravesado por un rayo que me tenía hipnotizado. Recuerdo acercar la mano y escuchar vibrar el metal al son herziano, grave y continuado, de miles de voltios electricidad. Ese sonido como de serpiente de cascabel, que aún sin saber si puedes o no tocar te avisa que es mejor mirar desde una distancia prudencial.
7 comentarios:
¿Por qué Pinocha?
:-)
Mks.
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