05 septiembre 2009

Esquivando la ocasión

Los viernes de plenilunio han sido desde siempre la mejor coartada del lobo que me habita a ratos para darme dentelladas de esas que no duelen hasta que llega la mañana.
Esta noche he vuelto a casa esquivando la ocasión, haciendo oídos sordos a la música de las risas y a alguna que otra ocasión puñetera e inesperada de esas a las que otro día lamentas haber dicho que no.
He escalado hasta mi guarida a tender la pobre colada que me esperaba, tiritando y resignada.
En medio de la terraza, bañado en una luz tan blanca y uniforme que parecía pintada sobre todas y cada una de las cosas, he notado como cambiaba la dirección del viento y el ambiente refrescaba, y se me ha erizado el vello. Las nubes cruzaban el cielo a toda velocidad, como con prisa por llegar a algún lado antes de la mañana.
Velando el sueño de media ciudad y escuchando el desvelo alocado y lejano de la otra mitad, me he sentido despierto y atento una manera plena y absoluta, una lucidez atípica, impropia de mañanas, de despertadores, de duchas o desayunos.

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