15 julio 2009

Perfect match

En los años ochenta los primeros servicios de citas por ordenador auguraban el inicio de una nueva era en las relaciones humanas.
En la era de los labios de neón y las corbatas estrechas, poderosas computadoras cotejarían todos los parámetros de nuestra personalidad asegurando que nuestra futura pareja compartiera nuestras aficiones, expectativas y , porqué no, también nuestras neuras más íntimas.
Da igual que nos gustara pasear por la playa, ver por la tele torneos de golf a las cinco de la mañana, desayunar tostadas de mallorquina con zumo de naranja, o practicar el sexo disfrazados de oso de peluche. El infalible computador siempre contraría nuestra media naranja en algún lugar del mundo.

El caso es que la idea murió de inanición sin que apenas nadie se diera cuenta.
Tal vez porque las sutilezas de la naturaleza humana son demasiado escurridizas para ser atrapadas en los campos de una base de datos.
O tal vez hubo un error de base en el procedimiento porque tenemos la manía de describirnos como nos gustaría ser más que como realmente somos y eso vició la calidad de los datos.
O quizás porque la idea de compartir nuestra vida con alguien totalmente análogo y complementario a nosotros resulta aterradoramente aburrida, y los músculos que animan nuestro pecho a veces nos piden esfuerzo, esprintar, cansarse. Y en ocasiones hasta añoran secretamente las agujetas.

Los ingenieros del software, siempre pragmáticos, fueron pronto conscientes de su error y reutilizaron el código para fines menos ambiciosos.
Es por esos que hoy a veces el programita con el que escuchamos música en el trabajo nos recomienda grupos que tal vez nos puedan gustar, basados en los que ya escuchamos.
Yo creo que el sistema actual funciona tan mal como el de antaño, pero supongo que en este nuevo ámbito los errores de compatibilidad se pagan un poco menos caros.

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