15 noviembre 2006
Intercepción
Esta mañana, el tren en el que iba a trabajar se ha estremecido con un golpe y después ha cobrado vida, oscilando de un lado a otro mientras frenaba violentamente.
Durante los segundos de zarandeo y chirridos los pasajeros nos hemos agarrado a lo que teníamos a mano y nos hemos mirado nerviosos los unos a otros, como si alguna mirada pudiera explicar qué pasaba.
Una vez frenados en seco en una llana e interminable extensión de terreno plagada de campos de naranja, hemos notado un fuerte olor a gasolina. Las luces, el hilo musical, el tren entero, se han muerto, haciendo el mismo sonido que hace un aspirador cuando lo desconectas.
De pronto un revisor tan asustado que daban ganas de tranquilizarle ha salido de la cabina, y nos ha informado con el eufemismo que titula esta entrada de que habíamos arrollado un coche en un paso sin barrera.
He podido vislumbrar los restos irreconocibles del coche, retorcidos de tal manera que sabía ya el estado de los ocupantes. Me alegro de no haber querido ver más.
Eso es lo que ha pasado. De todo lo ocurrido y lo que me ha pasado por la cabeza durante los minutos que hemos esperado al autobús supongo que hay material para mil posts. Pero yo sinceramente, aún no lo he procesado.
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