08 diciembre 2005
El sumiller del patetismo
La campana del extractor seguía haciendo su ruido monótono y repetitivo, un mantra futil y automático. El sonido de la estupidez. La estupidez del que aspira cuando ya no hay nada que aspirar. Valoró el esfuerzo que le costaría levantarse del sofá y acercarse al interruptor. Observó con el rabillo del ojo el cigarro ya consumido que agonizaba entre sus dedos. Sabía que los dos centímetros de ceniza caerían si se movía bruscamente. Buscó con la mirada el cenicero y lo encontró en la mesita que estaba a sus pies. Valoró el esfuerzo que le costaría incorporarse delicadamente y descargar el cigarro en el cenicero. Decidió acostumbrarse al sonido del extractor. Podría ser peor. El televisor podría estar encendido. Encontró el mando del televisor en su mano izquierda. Encontró el botón naranja bajo su dedo pulgar. Lo presionó. Seis personas hablaban al unísono en una tertulia desquiciada, de forma que era imposible seguir uno sólo de los discursos. Subió el volumen. Comprobó que estaba en lo cierto: era mucho peor. Paladeó el momento. Cerró los ojos y esbozó una sonrisa. Aquella iba a ser una gran noche.
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