20 abril 2005

Pensamiento absurdo de hoy

A través de alguna soterrada y absurda correlación de ideas me he acordado mientras descargaba el correo de la más que cuantiosa colección de canicas con la que jugaba de pequeño en los primeros cursos de básica.

No era desde luego la más grande de mi clase; mi característica ineptitud para cualquier tipo de deporte comenzaba a florecer (años más tarde llegaría a su esplendor adolescente).
Y dado que lo que se solía apostar eran las propias canicas, lo más normal es que la colección de canicas de un jugador normalito fuera eso: normalita.
El caso es que había niños que entre bolonchos, chinas y demás categorías debían atesorar más de cincuenta cuentas de vidrio, que llenaban sus bolsillos cuando correteaban con ese característico sonido. Cri cri cri...

Y digo yo... ¿qué ha sido de ellas? No me refiero a la costumbre de jugar con ellas, este no es un post nostálgico de "en mis tiempos..." o de "Los niños de ahora...".

Me refiero a las canicas en sí, las que yo gané, las que me ganaron otros niños.
Aunque asumamos una sóla canica por niño... salen millones.
Una rápida consulta al Google me revela que siguen existiendo en españa empresas en activo dedicadas a su fabricación. ¿Que hace uno cuando crece?¿Las regala?¿Las tira?¿Llena tarros de vidrio con ellas?

Comienzo a leer correos con la convicción de que el suelo que pisamos está asentado sobre un mar de canicas perdidas esperando ser descubierto. Todo un estrato geológico compuesto íntegramente de perfectas esferas multicolor.

La idea no me desagrada.

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