23 junio 2010

Flotando atravesados

Nadie piensa en los finales cuando construye algo.


Los ingenieros de cohetes ahuyentan la idea de que el fruto de su trabajo va quedar un día muerto y obsoleto. Pero las baterías y el combustible tienen una caducidad. Y el día que esta llega, lo que antes era un moderno y útil satélite se convierte en una gigantesca bola de billar que orbita silenciosa y eternamente el planeta a once kilómetros por segundo sin nada que la detenga. A esas velocidades un simple tornillo traviesa cualquier material como un perdigón una hoja de papel.

Si dos de estos cuerpos de los miles que rodean el planeta en una madeja enrevesada se topan, ocurre una fabulosa colisión de destrucción mútua y garantizada. Y el problema queda multiplicado por la cantidad de miles de fragmentos que resultan del choque, que siguen recorriendo la órbita en varias direcciones y al mismo ritmo endiablado, sin nada que los detenga.
Cada día, miles de tornillos, arandelas y trocitos de microchip incrementan esta amenaza.

Hay quien dice que esta es una cadena que no se va a detener y que un día el sueño espacial terminará antes de haber podido empezar del todo, porque nos hemos envuelto en una alambrada letal de metralla en contínuo movimiento.

Una metáfora de nuestra  insólita capacidad de negar lo inevitable, y de minimizar las enormes consecuencias que los sucesos más pequeños pueden tener en determinadas circunstancias, por obra y gracia de las atracciones, de las inercias y de las faltas de resistencia.

3 comentarios:

Awake at last dijo...
Ay, qué mal me suena eso, Pablito, :-(

Mks.
anna g. dijo...
con la muerte pisándonos los talones. y, aún así, nosotros mismos le ponemos patines en los pies. sí que suena mal, sí :)
neko dijo...
Hay que aceptar que todo tiene un final, pero no hay porque ir a buscarlo...