23 septiembre 2005

Basura metafisica y un brindis

Todos los días ocurre en algún sitio algo realmente pequeño maravilloso y conmovedor, como de película de Amelie. Como de anuncio de colonia.
Y nadie lo ve, porque todo el mundo está redactando ambiciosos planes de empresa en las horas destinadas al almuerzo, llenando enormes cámaras frigoríficas industriales con lomos de vacuno que cuelgan en ganchos de hierro con forma de interrogante, o descolgando sonitonos con el éxito del verano pasado para hacer de sus telefonitos un poquito más de ellos mismos.
Podría vencerme el pesimismo y pensar sólo en los miles de margaritas que todos los días son arrastrados por bulldózers. Pero no es para tanto. Hay vida en todos lados, en las suelas de tus zapatos y bajo las teclas de tu teclado. En esa secreta y diminuta colección de polvo, pelusa, pestañas y miguitas de galleta con la que tú nunca convivirías a diario si te diera por pensar en su existencia.
Acunada en esa basura vive feliz la mierda que algún día crecerá para poblar el mundo dentro muchos siglos, cuando sólo seamos petróleo.
Y me da la sensación de que lo harán mucho mejor que nosotros.
Brindo por eso. Bien es sabido que, llegado el caso, yo brindo por todo.

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