20 mayo 2015
Una especie de certificado
"No soy un robot". Marcas la casilla y rellenas el campo de texto con las cifras borrosas que se adivinan en la diminuta imagen para poder continuar. A veces, cuando estás cansado, cuesta más acertar y tienes que hacer algunos reintentos que solucionas de manera casi inconsciente, con una destreza mecánica bien entrenada.
"No soy un robot" -lo pone arriba bien claro- aunque en tu torpeza empiezas a dudarlo, y convertido el asunto casi en una cuestión de orgullo escudriñas la maraña de pixeles cada vez más pegado a la pantalla. Y cuando por fin la clave es aceptada por la remota y exigente entidad sintética que se ha erigido en momentánea evaluadora de lo humano de tu condición, casi suspiras. Y se te concede el premio de visitar la siguiente pantalla.
Algunos días torcidos desearías que ese aprobado en el examen de humanidad fuese algo más que un mecanismo anti-spam. En esos días raros querrías que "no soy un robot" fuera un alegato tajante, la confirmación de algo que venías sospechando pero que no tenías totalmente claro. Una especie de certificado.