29 diciembre 2010
El invierno, sin embargo
12 diciembre 2010
De perros, arquitectos, modistos y licencias
Desconozco cuales son las aptitudes necesarias para criar un cachorro de husky siberiano, pero sospecho que carezco por completo de ellas. Algo me dice que antes de cumplir los tres meses el bicho se acabaría erigiendo en lider de mi manada, redecorando el salón su gusto a base de dentelladas y estableciendo la ley del terror en mi propia casa. Cuestión de capacidades de liderazgo y territorialidad.
No hay nada de dramático en ello, es bueno conocer las propias limitaciones, aunque te de pena tenerlas. El problema suele venir cuando alguien va por la vida ignorando las suyas propias.
Un ejemplo lo encontré el domingo pasado. Era mi último día en Londres y pasábamos la mañana paseando por el Támesis haciendo tiempo para coger mi avión. Hacía un frío que pelaba y nos metimos en el muy recomendable London Design Museum donde había una exposición sobre un arquitecto llamado John Pawson lo suficientemente bien planteada para que un total profano como yo la disfrutara bastante.
Me llamó mucho la atención una serie de cartas manuscritas, correspondencia que Mr. Pawson intercambió con Karl Lagerfeld. Ya saben, ese señor con aspecto de androide geriátrico enviado desde el futuro para exterminar la autoestima de toda mujer que no quepa en una talla treinta y cuatro.
Al parecer el modisto encargó a Pawson el diseño del entorno circudante a la pista de tenis de una de sus mansiones. El arquitecto le remitió una serie de bocetos en donde se esbozaba una pista de tenis circundada por una sutil estructura perfectamente circular camuflada por un perímetro de árboles que ocultarían totalmente el terreno de juego desde el exterior.
Lo acertado o no de la propuesta es opinable, pero me sorprendió la vehmencia de la respuesta de Lagerfield. Eran unas pocas líneas repartidas en cuatro folios; la letra de Lagerfield es enorme, no sé si fruto de la miopía o de un ego desmedido. En ellas, el misógino personaje despachaba la propuesta, casi indignado, espetandole al arquitecto que "tendría que saber que él odia cualquier cosa redonda".
Entiendo que la profesión de este señor implique tener un criterio estético muy claro en todas y cada una de las cuestiones, pero me resulta difícil de creer que diga esto alguien se dedica a vestir las redondeces del cuerpo de una mujer.
He pensado en ello y creo que debería inventarse una licencia obligatoria para diseñar ropa, y que a este señor se la deberían revocar de manera permanente.
Y creo que deberían inventarse muchas más licencias, como la licencia para hablar en una tertulia televisiva, o la licencia para ser alguien en la vida de otra persona y poder responder a sus expectativas. Debería haber una licencia para poder hablar, y otra para callarse. Y una para enamorarse. Incluso propongo instaurar una licencia para mezclar alcohol con antigripales y esa a mí, desde anoche, me la tendrían que quitar.