16 agosto 2007

Traza quijotesca

Para mí esas manadas de modernos molinos de viento, los llamados parques eólicos, siempre han tenido una dimensión mágica. Hay una fuerte sensación de irrealidad en la imagen de esos gigantes de blanco impoluto girando detrás de una montaña a ritmo pausado pero constante.
Algo en su silueta engaña al ojo y lo confunde, haciendonos incapaces de calcular su tamaño real. Y el hipnótico cruce de sus palas cuando los observas en conjunto siempre me ha dejado embobado. Debo tener una traza quijotesca en mi herencia genética.

Mi larga colección de sueños infantiles irrealizados se redujo un poco hace unos días cuando, de manera improvisada, cogimos un desvío con el coche y acabamos visitando uno.
Su tamaño es inabarcable. Puedes estar a varias decenas de metros de uno y notar como sus fabulosas palas te sobrevuelan. Cuando estás en sus proximidades todos tus instintos te susurran "peligro" y "alejate". Y sin embargo te quedas. Su indescriptible silbido varía al ritmo que marcan las rachas de viento. Te abrazas al blanco tronco de acero que ni diez personas juntas podrían abarcar con sus brazos y notas con todo el cuerpo el ronroneo de sus mecanismos.

Tal vez nos estén engañando. Quizás no son un invento moderno del hombre, sino que un día simplemente aparecieron allí y nos hemos inventado una historia para no sentirnos intimidados por su presencia.
Tal vez alguien los puso ahí para recordarnos lo pequeños que somos.
Y tal vez no estén ahí para recoger el viento sino para crearlo. Y quizás el ritmo imparable de sus aspas es lo que hace girar al mundo sobre sí mismo.

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