18 diciembre 2006

Humo

Volviendo a casa después tomar más vinos de la cuenta con dos amigos me ha asaltado un olor inesperado.
Residiendo en un barrio como el mío, plagado de tiendas multiprecio orientales, puestos comida rápida libanesa, unos pocos bares de moda y unos cuantos más que intentan estarlo, lo último que te esperas es que en medio del frío de la noche te asalte aroma a leña. A fogata, campo, a pueblo, a piedra fría, a desayuno copioso y a buenas costumbres.
No tengo ni idea de donde venía, pero al instante me he sentido transportado a algún lugar del que supongo que había un trozo en mi memoria.
Supongo que no soy el primero en la historia que se maravilla de lo poco domesticadas que llegamos a tener nuestras narices, casi anegadas por la sopa audiovisual en la que día a día nos bañamos. Ese analfabetismo olfativo tiene una consecuencia maravillosa, y es que las sensaciones que por ahi nos llegan son jodidamente evocadoras.
Y te recuerdan que existen más sitios cuando, harto de jugar al natur-memory intentando emparejar los calcetines de la colada, le suspiras al techo y le susurras "estoy seguro de que tiene que haber algo más".
Sólo sé que me he detenido y me he quedado un rato olisqueando con los ojos cerrados.
Un urbanita deseando estar lejos.
De la ciudad, y de todo lo demás, sobretodo.

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