29 enero 2021
Mecánicas celestes
Bordando mi papel de víctima del insomnio me tumbo en el sofá y desde él observo la luna, que hoy está llena y lo baña todo en un reflejo lechoso de hoja de papel de plata bien alisada.
Las antenas de las azoteas hacen patente su lento movimiento. Gracias a ese improvisado punto de referencia, y armado con la paciencia gratuita del que no tiene nada mejor que hacer, registro con atención el paso de la esfera plateada por detrás de cada mástil, cable y antena.
Me recuerdo a mi mismo lo falsa que es esa lentitud, lo grande que es la luna, la distancia a la que está y la fabulosa velocidad relativa a la que orbita en esta roca en la que habito.
Y en el silencio del barrio obrero que duerme, soy de pronto consciente del giro de la tierra, de la fabulosa velocidad a la que mi sofá y todo lo que le rodea se desliza en dirección a la salida del sol. De la rabiosa e inexorable cadencia de las mecánicas celestes y de la leve pero turbulenta vibración de cada partícula con la que todo se edifica. Del vértigo de saber que todo cambia, todo transiciona y todo está en continuo movimiento.