29 abril 2005

Lo soledad del ciclista (y II)

Deprimido por su ineptitud y avegonzado ante las perspectiva de haber causado el mismo malestar en miles de personas, quiso alejarse lo más posible de ellos.
Gastó el dinero que le sobraba en viajar a la playa más remota conocida.
Se acercó a la orilla y quedó largo rato sentado mirando a las olas con un su libro entre los pies.
Finalmente, lo lanzó al agua, lo cual provocó una breve columna de agua que se burló de él durante un segundo para volver a fundirse con la superficie.
Se daba la vuelta para marcharse cuando de pronto escucho varios chapoteos en el agua.
A unas decenas de metros varios objetos se habian hundido y apenas alcanzó a ver la espuma que los delataba.
Fue entonces cuando reparó en el grupo de personas que estaban sentadas frente a la orilla, mirando al mismo sitio, sin inmutarse.
Se acercó a ellos , hombres y mujeres de todas las edades, y reconoció como propia la mirada perdida que todos compartían.
Observó sus moratones, y sus rodillas despellejadas, y de pronto lo comprendió todo.

No sabía qué cara ponerles ni qué decir, así que se sentó con ellos a mirar el mar.

Y agradeció que la editorial no hubiera puesto su foto en la contraportada.

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