16 agosto 2007

Traza quijotesca

Para mí esas manadas de modernos molinos de viento, los llamados parques eólicos, siempre han tenido una dimensión mágica. Hay una fuerte sensación de irrealidad en la imagen de esos gigantes de blanco impoluto girando detrás de una montaña a ritmo pausado pero constante.
Algo en su silueta engaña al ojo y lo confunde, haciendonos incapaces de calcular su tamaño real. Y el hipnótico cruce de sus palas cuando los observas en conjunto siempre me ha dejado embobado. Debo tener una traza quijotesca en mi herencia genética.

Mi larga colección de sueños infantiles irrealizados se redujo un poco hace unos días cuando, de manera improvisada, cogimos un desvío con el coche y acabamos visitando uno.
Su tamaño es inabarcable. Puedes estar a varias decenas de metros de uno y notar como sus fabulosas palas te sobrevuelan. Cuando estás en sus proximidades todos tus instintos te susurran "peligro" y "alejate". Y sin embargo te quedas. Su indescriptible silbido varía al ritmo que marcan las rachas de viento. Te abrazas al blanco tronco de acero que ni diez personas juntas podrían abarcar con sus brazos y notas con todo el cuerpo el ronroneo de sus mecanismos.

Tal vez nos estén engañando. Quizás no son un invento moderno del hombre, sino que un día simplemente aparecieron allí y nos hemos inventado una historia para no sentirnos intimidados por su presencia.
Tal vez alguien los puso ahí para recordarnos lo pequeños que somos.
Y tal vez no estén ahí para recoger el viento sino para crearlo. Y quizás el ritmo imparable de sus aspas es lo que hace girar al mundo sobre sí mismo.

06 agosto 2007

Y entonces el escarabajo derrotó al General

Un día un volcán emergió del mar.
Y creó algo parecido a un atolón.
Al poco tiempo aves marinas, culebras, insectos y matorral lo invadieron todo, se establecieron.
Y por las noches cantaban al unísono en estruendosa y aleatoria sinfonía.

Miles de años despues piratas y contrabandistas se cobijaron en sus cuevas.
Y tal vez añoraron a las mozas levantinas encaramados a una roca y mirando esas estrellas de brillo insultante.

Y unos cientos de años depués, algún general de las Fuerzas Armadas con complejo de micropene decidió utilizar el lugar para hacer puntería con sus obuses.
Y alguna otra lumbrera decidió, en pos del progreso, quemar el lugar para acabar con todo lo que se moviera sin usar sólo dos patas.

Pero desde hace unos años unas cuantas personan intentan restablecer el orden de las cosas.
Y te invitan a conocer la historia del lugar.
Y si caminando por el sendero un escarabajo endémico del lugar lo cruza parsimonioso, toca detenerse. Y observarlo pasar, sin interferir en su camino.

Y es esta curiosa vuelta de la tortilla lo que más me gusta de la historia. Al final el tiempo pone a cada uno en su lugar.